Acaba de suicidarse una polilla. En parte es culpa mía. Estaba tranquilo, en el salón de casa, cuando un compañero me ha dicho que no me apolle en su ropa (si, tenemos la extraña costumbre de tender los calzoncillos en el salón) y al moverme hacia delante la hemos visto. Estaba completamente inmovil en la cortina. A mi, que no me gusta eso de matar bichos, no me apetecía nada molestarla, pero mi compañero, llamemolo Benito, ha echado a correr tras de ella zapatilla en mano.
Se le escapó, pero estaba asustada, demasiado a sustada como para razonar de la forma que lo haría cualquier otra polilla. Yo le había dado la opción de escapr abriendo una ventana, mi compañero le ofrecía una muerte rápida. Sin embargo ella prefirió morir con dignidad y gran dolor. Se lanzó de cabeza a por la lámpara y se fue a meter debajo del tubo de la bombilla. Al principio con el aleteo levantó polvo, pero tras unos segundos el polvo se convirtió en humo. Fue horriblemente simbólico.
No sé lo que es ver a alguien morir en la silla eléctrica, pero si sé a que huele. Cuando un ser vivo se quema vivo (valga la redundancia), huele a ternera. A apetitosa ternera. Y siempre hay un Benito cerca que disfruta de ese olor.
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