Hoy he pasado junto a una peluquera. No me he dado cuenta por el uniforme de trabajo, si no por su olor, un olor característico que me ha hecho girar la cabeza para observarla bien. El olor de las chicas de peluquería es uno de los olores más agradables que conozco. Es una mezcla, armónica, entre laca, agua (sí, el agua de las peluquerías huele, comprobadlo), tinte y pero recién cortado. Parecen unos ingredientes poco apetecibles, pero el resultado de su mezcla es un olor perfecto, incluso seductor y que no es nada penetrante.
La chica en cuestión era más bien mona, con esa carita de niña que se ponen ahora las veinteañeras que no han llegado al cuarto de siglo. Tenía un pelo entre rojo y negro, marca de la casa por lo que he visto al asomarme furtivamente al cristal de la peluquería, que no la estropeaba para nada. Estaba sentada en un portal a pocos metros de la peluquería, fumándose un cigarro. Me habría encantado poder sacarle una foto, pero una mezcla entre vergüenza y miedo a si pensará que soy un salido, sumado a la repentina llegada de una compañera que venía a llamarla, me impidió siquiera hacer el amago de sacar mi cámara.
Por lo menos me queda su olor, que es lo que realmente seduce a nuestro cerebros de neardentales.
1 comentario:
Si pasas seguido corres riesgo.
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