En la Ciudad-pueblo hay un olor salado que se te pega al paladar. No es el de cualquier ciudad costera, es un olor un poco más característico que se queda fijo en la ropa durante días cuando ya no estás allí. Sin embargo, es un olor agradable, con un tacto rígido pero suave. Si tuviese que darle un color, ese sería sin duda el azul, un azul añil que compitiese con los cielos de invierno.
No sule hacer mucho frío en la Ciudad-pueblo, pero en algunas noches sopla un viento fuerte que puede ser incómodo para las chicas con falda que no buscan amagar a la Monroe o para los curas de hábito que parecen Batman con su capa al vuelo. A mí esos días de viento me gustan, me traen recuerdos de mis primeras salidas nocturnas y de botellones clandestinos a pie de playa, con seis niñatos acurrucados entre la playa y la carretera, en una pequeña escalera que les sirve de unión.
Hay también una barbería (en realidad hay más, pero sólo conozco esta) regentada por un hombre santo. Sus amigos y yo, aunque no me cuente entre estos, llaman a este hombre por su apellido, Galindo. Tiene un hijo, Fernando, y una exmujer que no vive en Ciudad-pueblo pero que está presente, de palabra, en muchos de los cometarios de padre e hijo. Pero sin embargo, no es su mujer el tema de conversación más habitual, si no aquella que hizo de Galindo un hombre santo: Nuestra Señora de Los Remedios, virgen cuya cofradía ha regentado, desde la sombra o desde la luz, Galindo durante más años de los que yo soy capaz de recordar. Esta devoción por dicha virgen le ha convertido en un hombre santo que no tiene horas en el día para cuidarla y mimarla. Reparte su horario entre tijeras, mechones de pelo y preparativos para la semana santa y encargos de velas.
Antes, justo debajo de mi casa había una tienta, "supermercado Blanca", que era la más valiosa posesión de dos señores que siempre fueron mayores y aún lo siguen siendo. Ella era, evidentemente, Blanca pero quien real y literalmente cortaba el bacalao allí era su marido Pepe. Con los años dejaron la tienda y se jubilaron, uno de sus hijos se convirtió en un alto cargo de la iglesia de la cienciología, el otro murió. A su única hija a veces la he visto por la calle paseando o de encargada en una tienda de discos que cerró hace años también. Hace poco han derribado la casa de dos plantas en la que se encontraba la tienda y han levantado un bloque de pisos cuyos ocupantes no pueden ocupar debido a un problema legal respecto a la altura del inmueble.
A día de hoy "Comestibles Ana" se ha convertido en la nueva tienda del barrio. En mi casa, llamamos a esta tienda "el hombrecito"cariñosamente, haciendo referencia al marido de la dueña, llamdo curiosamente Pepe. Sin embargo, desde que se divorciaron hace algo más de un año, ese mote está desapareciendo. Pepe se ha convertido en un hombre sombrío, una sombra de sí mismo que se pasea a horas extrañas por los bares de la ciudad bebiendo cien pipers con cocacola, o también sin ella. No acertaría ni jamás me atrevería a decir si este hábito ha sido consecuencia o causa del divorcio. Prefiero pensar que ha sido la consecuencia.
Para terminar esta introducción a Ciudad-pueblo, reseñar que también existen en ella lugares de nombres exóticos y atrallentes como "la loma de la sirena", "la curva de la viuda" o "el barrio del príncipe". También existen muchas personas exepcionales por muchos motivos, desde una mujer anónima que recorre la calle apuntando las matriculas de los coches con cuidada caligrafía en hojas peródico que luego tira a la papelera hasta grandes eminencias deportivas que son capaces de recitarte la alineación del Betis en cualquiera de sus años a cambio de una copa o un cartón de vino.
Uno de estos personajes, El Etrusco, será el tema principal del próximo post de hoy, que llegará esta noche. Hasta entonces, un saludo
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