Miles de kilómetros nos separan. Tu duermes, o eso dices que haces, arropada entre tus sábanas. Y yo, desde la distancia, te imagino en las sombras que las luces proyectan contra la ventana frente a la que fumo un cigarro prostituto. Has cerrado las persianas, como siempre haces, pero por una pequeña rendija se filtra el negro del cielo. Ese cielo que te observa y también me observa a mí. Ese mismo cielo que a los dos nos envuelve sin que sepamos o queramos darnos cuenta.
Hoy me has dolido como nunca. Hoy me has dolido como siempre. Y bajo el mismo cielo, a miles de kilómetros, no puedo hacer más que fumar un cigarro que no debería fumar mientras pienso en lo mucho que te quise y en lo poco que lo hice ver. Sólo el cielo se dio cuenta. Y el muy cabrón no se atreve a recordartelo.
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